IMPOSIBILIDAD DE CAMUFLAJE. Las Puertas de una casa agradable.

         IMPOSIBILIDAD DE CAMUFLAJE 


 Las Puertas de una casa agradable 

                     

                                                                                                                      Por Jorge Alonso Curiel 



                                            

"Olvidaos siempre de la violencia. Sirve solo para arruinar vuestra vida. Es una placa de cemento en el que no vuelven a crecer las flores". El mensaje que encierran estas palabras –no la misma frase tan bellamente construida– ya se lo había escuchado alguna vez a mis padres y a algunos miembros de mi familia cuando comprobaban que aquel niño que era yo utilizaba la violencia cuando me enfadaba por cualquier asunto, o cuando envidioso solo me quedaba usarla contra alguien, o al perpetrar la venganza por una injusticia que me habían hecho. Ya se sabe que a los niños y a los adolescentes les cuesta hacer caso de lo que les dicen, y que hacen todo lo contrario. Ya podían repetirme mil veces cualquier cosa que yo no lo tenía en cuenta. También es verdad que había otros familiares que me animaban a usarla, que me decían que la única justicia real era el ojo por ojo y el diente por diente, y que con puñetazos las personas te respetaban, y yo me ponía contento, porque parecía que eran los únicos que me entendían, y así lograba conseguir, entonces, la excusa perfecta.

Pero hubo una vez que ese mensaje me llegó muy dentro y me hizo reflexionar. Y no fue porque me lo dijeran en casa. Fue un verano en el pueblo de mi abuela donde pasaba las vacaciones tras terminar el curso en el colegio. Una tarde estábamos un grupo de amigos a la entrada del pueblo, bajo una fila de árboles cuyas hojas eran movidas por una agradable brisa, y por los rayos suaves del sol se creaba en ellas un bello mosaico de tonalidades doradas. Hubo una discusión, y pronto varios de mis amigos se enzarzaron en una pelea. En mitad de la disputa, de repente escuchamos sus palabras: "Parad. Olvidaos siempre de la violencia. Sirve solo para arruinar vuestra vida. Es una placa de cemento en la que no vuelven a crecer las flores"

Aquellas palabras venían de un vecino que pasaba las horas sentado bajo esos árboles hasta el anochecer y que se encontraba en un banco a pocos metros. Mayor, ya jubilado antes de tiempo por un accidente en un astillero del norte donde viajó en busca de trabajo en los años 60, soltero empedernido, extrañamente no gastaba el aspecto del típico anciano de pueblo, y era muy querido y respetado por los vecinos. Cara ancha, con una honorable barriga, Ernesto no se quitaba la visera de la cabeza, y siempre estaba mirando el cielo fumando a veces un cigarrillo, como en trance. Aquel hombre trasmitía paz, mucha paz, y confianza, y así me lo parecía, aunque nunca había hablado con él, aunque también me provocaba cierta extrañeza por estar tantas horas allí sentado y no parecer necesitar nada más.

"No perdáis el tiempo, muchachos –siguió diciendo–. Cada vez que peleáis, la belleza que luce en vosotros pierde brillo y os hacéis más viejos. ¿Queréis convertiros en ancianos antes de tiempo? Cada vez que os golpeáis y discutís, la vida huye de vosotros y dejáis de ser unos niños felices"

Al escucharlo, mis amigos dejaron de pelearse, y nos miramos sorprendidos. Nadie nos había dicho estas cosas de esa manera tan relajada, llena de poesía y experiencia vital. Parecía que por su boca salieran perlas. Él nos miraba con una sonrisa amable que parecía las puertas de una casa acogedora. No sabíamos lo que hacer, y confundidos, nos fuimos de allí en silencio, sabedores de que aquel hombre era distinto de todos los adultos que habíamos conocido hasta entonces. Aquello me marcó, y empecé a sentarme a charlar con él bajo los árboles, y poco a poco fui entendiendo lo que en casa me decían sobre la violencia y sobre muchas cosas más. Pasado el tiempo entendí también que Ernesto nos había enseñado el poder de la palabra y de la poesía para solucionar las situaciones, y que la vida es mucho mejor si se opta por la belleza, en todos sus aspectos.

Todos necesitamos un Ernesto en algún momento de nuestra existencia para despertar. Y me apena que muchos no lo hayan tenido, ni lo vayan a tener. Alguien que te muestre que la violencia es una enfermedad. Que, como decía Baroja, solo golpea quien no se ama a sí mismo.

La imagen de un Ernesto debía haber tenido Will Smith en la cabeza para no haber metido la pata en la última ceremonia de los Oscar. Una bofetada al humorista que le ha cambiado la vida, a pesar de haber ganado la estatuilla tan soñada durante tanto tiempo. Un Ernesto necesitaría el tenista alemán de ascendencia rusa Alexander Zverez, de 24 años, que no solo le basta con tener unas condiciones magníficas para convertirse en uno de los grandes, sino que también parece no entender que teniendo un carácter poco trabajado y conflictivo, solo le va a traer problemas, como su expulsión del último torneo ATP 500 de Acapulco del pasado febrero que acabó por ganar Rafa Nadal por protestar de manera salvaje al árbitro en el partido de dobles y por golpear la silla de este con su raqueta hasta acabar destrozada. Un Ernesto también al jerarca ruso, al oscuro dictador Putin que apuesta por la muerte y la sinrazón. 

Un Ernesto, en definitiva, para todos aquellos que no entienden que, bajo los árboles de una tarde estival, en la sombra que destila un mosaico de cálidas tonalidades, el cielo es un espectáculo de sonrisas que son las puertas de una casa agradable.    

        

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Comentarios

  1. Todos podemos tener un "calentón" en un momento dado, sobre todo cuando creemos, como es el caso de Will Smith, que se comete una injusticia a nuestro alrededor. Sin embargo, perdemos la razón al ejercer la violencia. Habría sido más sutil invitar a Chris Rock a media docena de copas la noche siguiente y dejar que pagara él. Buen artículo. Espero el próximo.

    Un abrazo.

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    Respuestas
    1. Siempre es un tema complicado este de la violencia. Se escuchan opiniones de todo tipo, aunque creo que lo tengo muy claro: siempre se acierta al no ejercerla. Gracias por leerlo, querido y admirado compañero. Seguiremos con ellos. Espero que los próximos te sigan interesando. ¡Un enorme abrazo!

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