IMPOSIBILIDAD DE CAMUFLAJE. Hasta que el Mundo se detenga

                                 
       IMPOSIBILIDAD DE CAMUFLAJE  



      Hasta que el Mundo se  detenga

                    
                                   Por Jorge Alonso Curiel                                                                                                                         
Nunca me han regalado una rosa en el Día del Libro. Y sí que me hubiera gustado que alguna vez lo hubieran hecho, o que este año lo hagan. ¿A quién no le agrada que le regalen una flor, y además en esta fecha tan señalada en el calendario como es San Jordi? A los hombres también nos gusta que nos regalen flores; miente quien diga lo contrario. O si no miente, es que se trata de un hombre con muy poca sensibilidad. Una rosa, o cualquier otra flor que se regale, es un mensaje de respeto, cariño y admiración; de ponerte su corazón en tus manos; de decirte muchas cosas con ella y que no se atreven quizá a decírtelo de otra forma. Tal vez este 23 de abril tenga suerte y alguien lo haga; quién sabe. 

Lo que sí me han regalado un día como hoy son libros. He tenido fortuna en eso, y con ellos me hacían entender que yo era una persona muy especial en sus vidas, aunque venían sin rosas. No pasa nada. A quienes me los regalaron les dije que con libros ya me sentía más que satisfecho. Que los libros son un bien maravilloso, y que significan mucho para mí; es uno de los mejores presentes que se me puede hacer, en un día como hoy o en cualquier otro día.

Los libros han sido y son mi vida. Un pilar maestro. También lo es el cine. Pero los libros me han acompañado y han dado un sentido a mi existencia desde pequeño, antes incluso que el cine. Tras leer muchos de ellos, a los 14 años decidí que quería ser escritor; y unos pocos años después –a los 18 o 19–, y habiendo visto cientos de películas y leído cientos de libros sobre el séptimo arte, reseñas y críticas cinematográficas, decidí que quería dedicarme también a escribir sobre cine. Pero sin libros, no hubiera habido nada, porque leer es la base de todo. Porque escribir sin haber leído es imposible.
  
Hay personas que pueden vivir sin leer, y todos conocemos algunas, o incluso muchas. Es cierto que se pierden un festín que les llenaría de entretenimiento, conocimiento y que les haría más humanos, pero viven tan tranquilos sin esa compañía y no les ocurre nada. Viven sin ese hábito, sin esa droga que solo regala beneficios –porque se convierte en una verdadera droga cuando se mete en las venas para habitarte por siempre–, pero compruebas en ellos que se puede sobrevivir la mar de a gusto sin ser lector. Y lo comprendo, lo respeto. Porque de todo hay en este mundo tan amplio. 

Pero lo que no llego a comprender del todo es la animadversión o la inquina que tienen algunas de estas personas por la lectura y por los libros. Nunca he insultado a nadie por sus costumbres o por sus gustos, pero, sin embargo, he tenido que soportar algunas veces las miradas o los comentarios de los que no entienden que alguien se pase mucho tiempo de su vida en ese reino incomparable que son las páginas de un libro. Seguro que muchos de vosotros sabéis de lo que hablo; que os ha pasado lo mismo. 

He tenido que aguantar que en los parques –porque me gusta sentarme en sus bancos a leer cuando las condiciones atmosféricas no lo impiden– gente que pasaba a mi lado me dijesen comentarios como: "Te vas a quedar ciego, hombre. ¡Deja ya de leer y disfruta de la vida!". O: "En vez de fijarte en las chicas que pasan, muchacho, te pierdes en letras oscuras". Una vez ya no pude aguantarme, y respondí a una pareja de ancianos que me aseguraron que estaba malgastando mi vida, que estaba tirando mi tiempo a la basura, y que me levantase y me fuera a vivir de verdad. No me retuve, ya digo, y les contesté que se metieran en sus asuntos, y que si leyeran un poco, no dirían semejantes tontadas. Y me levanté y me fui a leer a la otra punta del parque.

No entiendo este comportamiento por encontrarse con alguien con los ojos perdidos en un libro. Piensan que somos gente rara. Gente especial. Parece que intranquiliza ver a alguien leyendo; provoca desconfianza. O incluso pena. Hasta se piensa de nosotros que somos personas sin sangre, repletos de miedo a lo que nos rodea; sin ambiciones, inadaptadas. Incluso creen que somos unos vagos, porque se suele leer sentado o recostado en algún sitio. Los lectores parecemos seres desvalidos cuando estamos leyendo, decía Kafka, y por eso quizá llevaba en secreto su oficio de escritor y su pasión lectora. 

En mi propia familia también he tenido que sufrir asuntos como estos. Desde preguntarme por qué tengo tantos ejemplares en mi apartamento y por qué no tiraba algunos a la basura, hasta comentarios como "No te vamos a regalar ningún otro en Navidad ni en tu cumpleaños porque ya tienes demasiados...". También algunos amigos me han regalado auténticas 'perlas' que no tienen desperdicio y que no se me olvidan: "Los libros son muy caros y estás tirando el dinero y tu vida, cuando podrías estar gastando los euros en cosas más provechosas como en viajes y en cenas". Y no me podré olvidar nunca del comentario que me hizo hace 22 años uno de mis amigos –que pronto dejó de serlo, pues no me convenía– en una noche de juerga por la ciudad cuando ya tenía unas cuantas copas encima y que me llegó al alma: "¿Tú crees que es normal querer ser escritor? Estás totalmente perdido. Nunca me he atrevido a decirte esto, pero te tengo aprecio y debes dejar todas esas tonterías de la lectura y de escribir, y busca un trabajo en condiciones. La Literatura no te va a llevar a nada". Ya digo que pronto dejé de llamarlo y de quedar con él.

No pasa nada. Uno está más que satisfecho con dedicarse a leer. Y a escribir. Uno no ha desperdiciado su vida, porque la Literatura –ya como lector o como escritor– es un asunto que vale mucho la pena y que no defrauda a quien no entiende la vida sin sus caricias ni su aliento, a quien le ha ayudado a madurar confiándole su puro y brillante tesoro. Porque los libros y la lectura son un tesoro, un lujo al alcance de quien quiera acercarse a ellos, pues no hace falta tener mucho dinero para hacerse con ellos, y porque hay otras formas de disfrutarlos sin rascarse los bolsillos. 

Ya sabemos que los índices de lectura no son los deseables, pero es verdad que poco a poco van aumentando –el pasado confinamiento hizo que subieran y que se crearan nuevas carreras lectoras–, y que nunca en la historia de la humanidad se ha leído tanto como en estos momentos. Sigamos leyendo, porque quien lee está salvado de muchos asuntos. Aunque haya quienes nos vean como miembros de algo parecido a una secta; aunque nos consideren personas débiles e inadaptadas. Sigamos comprando libros, y continuemos regalando y que no dejen tampoco de regalarnos. Con rosa o sin rosa. Para muchos que nos entreguen un libro, ya es más que suficiente. Leamos sin parar, en el Día del Libro y todos los días, hasta que el mundo se detenga

                                                       
              ¡Feliz Día Internacional del Libro!

     




Jorge Alonso Curiel



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