IMPOSIBILIDAD DE CAMUFLAJE. El Héroe de las baldosas amarillas

           IMPOSIBILIDAD DE CAMUFLAJE 


                



El Héroe de las Baldosas amarillas 

                     

                               Por Jorge Alonso Curiel 



Cuenta el bueno de Bruce Willis que cuando era niño y jovencito tartamudeaba, y que todo era un agobio para él. Pero un día las puertas del cielo se le abrieron, cuando comprobó que encima de un escenario aquella tartamudez desaparecía, que por unas horas le dejaba en paz, y podía expresarse como nunca lo había hecho a través de un personaje. Entonces decidió dedicarse a la interpretación, apostarlo todo para convertirse en actor, y así vencer una de las cosas que más le atormentaban, al mismo tiempo que había encontrado un oficio que le podía dar de comer y pagarse algunos lujos. 

Es curioso, a veces, cómo cada cual encuentra su camino en la vida. Es cierto que muchas ocasiones resulta de una clara decisión meditada, pero en muchas otras ocasiones el azar o la casualidad es importante. ¿Qué hubiera sido de algunos escritores si no hubieran tenido cierto profesor o ese familiar que les enseñó el maravilloso camino de la literatura? ¿O qué hubiera sido de algunos cineastas si no hubieran visto esa cinta que les hizo dedicarse a dirigir películas? Nunca lo sabremos.

Pero el caso del tan querido por el público Bruce Willis fue por un motivo especial. Un motivo que le regaló las llaves para salir de su propia cárcel. Se sabe que muchos actores eligen serlo porque encima de unas tablas o delante de una cámara, les abandona el miedo y la timidez, y así pueden ser ellos mismos. Esto parece una contradicción al tener delante los miles de ojos escrutadores del público, pero psicológicamente parece que se puede explicar. Todos los actores son unos grandes tímidos. Decía Nicole Kidman que el único lugar en el que no se encontraba histérica, es delante de una cámara. 

Seguramente Willis también era tímido, pero lo que sufría era otra cosa que le limitaba su vida, y que limita la de muchas personas. La tartamudez o disfemia es una verdadera prisión que llena de angustia, miedo y estrés a los que la sufren. Es una limitación genética, de origen neuronal (no es solo porque se pongan nerviosos), que no tiene cura definitiva, y solo se pueden aprender técnicas para conseguir mayor fluidez, lo que convierte a los afectados en auténticos supervivientes. Lo sufren niños, jóvenes y adultos, y creo que, como casi todo en la vida, solo lo entiende verdaderamente quien lo padece, aunque el tartamudo siempre confía en el buen corazón ajeno, la comprensión y la empatía. También hay que recordar que su discurso mental fluye convenientemente, discurre sin alteraciones, y que la dificultad únicamente aparece a la hora de comunicarlo de manera oral.

Es obvio –aunque no deja de ser una injusticia– que los tartamudos son discriminados y apartados de muchos asuntos. No se les tiene en cuenta para diversas tareas laborales, o incluso se les niega el acceso directamente para ciertos empleos. Pero como ya se puede suponer, las dificultades no acaban aquí. En algunos casos, hasta dentro de las familias son considerados como los miembros que menos peso tienen a la hora de tomar decisiones o de dar su opinión. Y ya sin hablar de cuando se relaciona socialmente, intentando hacer todo lo que los demás hacen sin muchos problemas; ahí el tartamudo ha sufrido y sufre a diario su condición, y solo con una fortaleza sicológica que se va consiguiendo con mucho trabajo a lo largo del tiempo, se logra que no le afecte. 
 
Y es que esta peculiaridad afecta a cualquier asunto de la vida cotidiana. Al ir a comprar el pan, al pedir un café en una cafetería, cuando se pide una entrada en la taquilla del cine, o al preguntar una dirección en la calle a un viandante; y ya, imagínense, cuando quiere cortejar amorosamente a otra persona. Todo esto que para cualquiera es un mero trámite, para el tartamudo es la escalada a un pico muy alto (aunque el avance tecnológico en forma de mensajería les está ayudando un montón), y el estrés, la ansiedad y la frustración aparecen porque desean hacer lo mismo que los que le rodean con la mayor naturalidad, y además se suma la tensión de querer conseguir que nadie se dé cuenta de que padecen esa característica. 

Por eso, muchos de quienes lo padecen viven en la depresión y son grandes consumidores de medicamentos para paliar la ansiedad. Es una limitación que se dirige directamente a lo más esencial e importante, y que no es otra cosa que la comunicación oral para desarrollarse como persona en sociedad, en todos sus aspectos. Por ello, muchas veces, el tartamudo se retrae, se aísla, se hace fuerte en su soledad, y se decanta por labores que no requieren compañía, o con muy pocas personas. Nadie como el tartamudo para entender qué es el sufrimiento. Aunque, como decía antes, no hay nadie más agradecido cuando siente que alguien le mira a los ojos sin maldad, y quiere caminar junto a él, sin juzgarle, con respeto, y logrando incluso que el sentimiento de culpa le desaparezca. Porque ese sentimiento de insana e injusta culpabilidad es otro problema a resolver. 

Fue una suerte que Bruce Willis encontrara una manera de vencerla, de hacerse más fuerte, aunque su compañía nunca desaparezca del todo. Y casos como el de él –en el mundo del espectáculo son conocidos otros como los de Marylin Monroe, Samuel L. Jackson o Marc Anthony por el mismo motivo–, en el que se encuentra una forma de salir adelante a pesar de esa 'bicha', o de esa presencia oscura que siempre está a su lado y que es como explican muchos afectados la imagen de esa falta de fluidez, son motivo de alegría. 

Pero ahora esa otra alegría que era para muchos espectadores ver al actor en las pantallas, uno de los intérpretes más atractivos y populares, lamentablemente va a desaparecer. Una lástima. Ahora, la afasia –qué caprichosa es la vida–, un trastorno cognitivo relacionado de nuevo con el habla –aunque también dificulta la mímica y la escritura–, no le permite convertir en palabras los pensamientos y le ha hecho retirarse a sus 67 años. Aunque todos esperamos, como ya sucediera en su juventud –y estamos seguros de que lo conseguirá–, que encuentre de nuevo, como todo un héroe que es, el camino de baldosas amarillas que le conduzca a esa alegría que tanto merece.   





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