Agraciados y bendecidos

Agraciado el hijo del escritor Montaigne al que su padre despertaba todas las mañanas con la suave melodía del violín.

Bendecido Balzac que cada amanecer, y después de haber escrito durante la madrugada, el pajarillo que se posaba en el mismo árbol de su calle parisina cada mañana, le sacaba del sueño con su dulce sinfonía.

Suerte la de la escritora Anais Nin, que muchas mañanas le arrebataban de los brazos de Morfeo, los brazos amorosos de Henry Miller para darle el placer que dos seres enamorados desean y necesitan.

Afortunado el joven aprendiz de escritor Raymond Carver, que a primera hora le despertaba el cadencioso y cuidadoso sonido del trajín de su madre en la casa -que nunca pretendía despertarle-, y que siempre le hacía sonreír.

Bendecido esta mañana -yo también afortunado-, cuando en mi rostro los finos rayos de este sol de junio -de mi mes preferido- y la suave brisa que entraba por la ventana abierta, me han dado los buenos días con sus tiernas caricias, y me han hecho pensar que la vida merece la pena por muchas cosas, y que esta, sí, es una de ellas.