Los Estrechos Senderos de la Normalidad (Sobre por qué alguien quiere ser escritor)
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Los Estrechos Senderos de la Normalidad
Es un misterio. Todo un misterio. Quizá, quién sabe, se trate de un desequilibrio que explique un acto que no camina por los senderos de la normalidad (la normalidad, ese otro gran enigma, ¿qué es la normalidad?).
El misterio al que me refiero es al motivo por el cual una persona –un adolescente, un joven, un individuo maduro o hasta un anciano–, existiendo tantas cosas más atractivas por hacer, decide encerrarse en una habitación y entregar su vida a la creación literaria, a no dejar ya nunca de comprar unas hojas de papel o a encender la pantalla de un ordenador para disponerse a escribir sobre un asunto acontecido o a inventar un mundo de ficción en el que unos personajes que no existen realizan actos decisivos para sus vidas y para las de otros personajes. Es un inmenso misterio. ¿Por qué unos hombres o mujeres sanos, y mentalmente equilibrados –o supuestamente equilibrados–, sienten esa necesidad de malgastar su vida en el intento de poblar el desierto blanco del folio, ese desfiladero lleno de vértigo, a través de la imaginación, de internarse en un camino tan proceloso que convierten en su manera de vida, su forma de estar en el mundo, y sin tener, además, la seguridad de llegar a interesar a otras personas?
Porque no es comprensible para el común de los mortales elegir esta opción para vivir el tiempo que nos han regalado, cuando hay tantas cosas supuestamente más provechosas que hacer: tantos lugares que conocer, tantas pasiones que disfrutar, tantas personas interesantes con las que conversar y tantos amores que vivir, aunque estos, en muchos casos, sean nocivos y perjudiciales.
Porque ¿qué es lo que reciben los escritores a cambio de su trabajo? En general, muy poco. Es escasa su recompensa por un trabajo tan duro y prolongado, tan exhaustivo y refinado. El Estado y los gobiernos nunca les han tratado como merecen, de manera adecuada. Los artistas han sido siempre los huérfanos del sistema, los que reciben las sobras y las migajas de los presupuestos y de su atención. Los escritores y los artistas como los grandes olvidados, pues otros asuntos tienen prioridad. En este sentido, pocas alegrías tienen los autores.
Pero, por otra parte, tampoco tienen otras satisfacciones. Sus obras publicadas no tienen una gran repercusión, la deseada acogida por parte de la Crítica y del público, porque solo unos pocos libros alcanzan ventas millonarias y llegan a muchos lectores. Pocos disfrutan de ese éxito buscado, perseguido. Entonces, ¿qué buscan los autores al escribir, al publicar y distribuir su obra cuando casi tienen asegurado que no va a alcanzar cierta repercusión, ni tan solo un moderado éxito? Un enigma.
Y no acaba aquí el misterio. La estupefacción continúa cuando conoces que, en muchos casos, el escritor paga por publicar sus libros, la llamada autoedición; o que publica gratis sin un sueldo y con una mínima recompensa económica, tan solo de un 10% de lo que se vende en librerías físicas y en Internet. O cuando se escribe sin tener un editor, la seguridad de que un sello lo vaya a publicar; alguien que quiera darle una salida para los posibles lectores. Entonces, ¿qué enfermedad inoculada es esta de malgastar la vida en este oficio tan inseguro y dudoso, de vacilaciones y penas, tan maltratado?
Tener vocación literaria, visto así, es un problema para el que decide entregarse a este sinsentido, tan lejano a una vida estable. Desde fuera, puede parecerlo. Por eso, quizá, un escritor sea alguien a quien se admira (quien lo haga) tanto como se le compadece. Residir en el mundo de las quimeras y de las utopías, de la locura y los sueños, de la sensibilidad y del alma (la verdadera patria del hombre, aseguraba Ernesto Sábato) es un asunto, para muchos, de personas que viven en los límites de la sociedad, e incluso en los de la realidad.
Lo que no despierta ninguna duda es que el escritor vive profundamente su diferencia, su necesidad, y lo hace con gozo, disfrutando de cada segundo de su experiencia vocacional tan poco comprensible. La literatura es su vida, su principio y su fin; lo es todo. Y ya por este motivo, está justificado todo lo demás. Ellos tampoco esperan que se les entienda. Su misterio, su locura es también su interés.
Quizá son los únicos poseedores de una verdad que no todos conocen ni se atreven a descubrir. Los únicos que saben el auténtico secreto de la existencia, y que no es otro que caminar su propio camino, a pesar de las circunstancias, a pesar de las dificultades. Seres mayúsculos en su sacerdocio que entienden de primera mano el sentir y vivir una vocación. Tan inmersos en su juego, pero también en la vida, aunque parezca lo contrario.
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