"Demasiado lejos" (Relato autobiográfico de otoño)
Hay momentos vividos que parecen no tener una especial importancia, sin una presunta relevancia como tienen otros, pero que no sabemos por qué no se olvidan y se mantienen clavados para siempre en nuestra memoria. O quizá verdaderamente la tengan, pero no lo sabemos reconocer, o no queremos.
Uno de estos me ocurrió a principios de este nuevo siglo, bien entrado el otoño de 2001 o 2002. Detuve el coche al atardecer, en el aparcamiento de aquel camping situado al lado de la autovía, en el que solo se encontraba otro coche. Hacía frío, pero aún era soportable. No recuerdo de dónde venía, pero sé que regresaba a Valladolid. Miré a través de las rejas y dentro ya no vi caravanas, ni coches, ni tiendas de campaña, ni ningún turista. No había mujeres en bikini, niños corriendo. Ya el neón de aquel camping lucía solo para quienes deseaban tomar algo en el bar que estaba abierto todo el año para los conductores y viajeros que querían descansar unos minutos.
Entré y el único cliente que había era un hombre mayor, con semblante triste, sentado en un taburete, que apuraba una taza de café mientras miraba la televisión situada al fondo, en la parte superior de una esquina, y que emitía en esos momentos un programa con noticias del corazón. El camarero, un tipo joven y rubio cuya melena se había recogido en una coleta, limpiaba la barra con un trapo de cocina. "Cerramos en veinte minutos", me advirtió con un tono demasiado serio. "Con una Coca-Cola ya estoy servido. Y que no esté fría, que el verano se esfumó", respondí. "¿Ya no hay turistas?", pregunté. "Aquí ya nada. Hasta el próximo verano, aquí no quiere quedarse ni el tato..."
Poco después el hombre mayor pagó, se levantó y salió sin mirarme. Por uno de los ventanales pude ver cómo se montaba en su viejo coche de pintura deslucida e intentar arrancar varias veces hasta que lo consiguió. Después salió del aparcamiento marcha atrás y se fue por la pequeña carretera que desembocaba poco después en la autovía.
Tardé pocos minutos en pagar y salí sin despedirme. Al sentir el frío, me subí la cremallera de la cazadora. ¿Dónde está todo lo que había aquí hace solo unos pocos meses?, me pregunté. ¿Dónde toda esa vida? ¿Y dónde aquella luz?
Me fui de allí mirando por el retrovisor el neón al que se le había fundido la luz de una de sus enormes letras. El próximo verano está muy lejos, pensé. Demasiado lejos.
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