SUCEDÍA EN LAS MADRUGADAS DE LOS LUNES (Recuerdos de literatura y radio)

SUCEDÍA EN LAS MADRUGADAS DE LOS LUNES. Después del triste domingo, se abría al día siguiente una nueva semana como un túnel interminable y oscuro, vertiginoso, repleto de dudas, siempre las dudas. Ocurría esas madrugadas, cuando parecía que el mundo iba a caer por un precipicio, en esas noches frías de invierno en las que no dejaba de llover, cuando no era otra cosa que un chico de 16 años y abría siempre los ojos minutos antes de las cuatro después de un sueño breve y poco reparador.

Entonces encendía la radio para escuchar aquel programa en el que durante casi una hora una inolvidable voz de mujer recitaba poemas memorables con un fondo musical que no puedo borrar de mi mente. ¿De dónde surgían esos poemas y esa voz profunda, esa voz tan extraña y melancólica, tan extraña y melancólica hasta la náusea?

No sabe lo que hizo aquella voz en aquel adolescente perdido y lleno de miedo, impactado ante la realidad que le era inexplicable y violenta. No sabe, ni sabrá, lo que produjo en mí...

Los libros me acercaban al misterio, y aquella mujer también lo hizo. Al misterio de la vida, al misterio de lo que me rodeaba, al intenso y resplandeciente misterio de la literatura y del arte.

Los poemas de Federico García Lorca, Gerardo Diego, Ángel González, y de muchos otros, resonaban en mi habitación oscura y en el silencio de la casa y me golpeaban hasta lo más hondo, mientras fuera las calles eran un desierto y la lluvia caía y hacía frío, y siempre caía la lluvia y siempre hacía frío.

No había nada más que esa voz inquietante que me estaba descubriendo el camino, un camino de sensibilidad y de extrañamiento.

Dónde estará ahora esa mujer que hizo tanto por mí, o que, quizá, quién sabe, aniquiló mi vida para siempre. Los poemas permanecen pero las personas se esfuman. El arte es largo; breve es la vida.

Después apagaba la radio, y en la oscuridad me iba quedando dormido, teniendo la convicción de que sabía un poco más de mí, y un poco más de lo que me rodeaba, y con la certeza de conocer por dónde iba a transitar, aunque sintiendo un océano de terrible inquietud y melancolía que iba a permanecer para siempre, que jamás iba a desaparecer.

Quién era yo por entonces. En qué lugar se quedó. Ya sé que soy lo que fui, y que seré lo que soy...

Pocas horas después me despertaba, con sueño y cansancio, con la cierta sensación de la insatisfacción. Comprobaba por la ventana que el mundo no había desaparecido y que las calles se llenaban, de manera incomprensible, otra vez de personas también incomprensibles para mí. Otra semana volvía a comenzar.

Pasado todo este tiempo, pienso muchas veces en esas noches. En esas noches en las que entendí que todos estamos solos y que nuestra mayor asignatura es entendernos a nosotros mismos.

Madrugadas de un chico extraviado y triste, asombrado, fueron aquellas en las que encontré en una voz de mujer, que parecía llegar de otra dimensión, o de un mundo lejano pero perfecto, como un ángel oportuno y amable, el regalo que necesitaba.

La caricia y la comprensión que siempre necesitamos.