Incendios en la noche (¿Dónde acabarán mis libros?)

 




                    INCENDIOS EN LA NOCHE

         

                                 Por Jorge Alonso Curiel 


A veces, mientras escribo en la noche, me paro a descansar y miro los libros que llenan las paredes del despacho. Los miles de libros que, como testigos mudos y fieles, me acompañan en mis horas de escritura. Y en ocasiones me da por pensar qué pasará con ellos cuando yo ya no esté a este lado de la realidad, en esta orilla. Tal vez acaben vendiéndose al mejor postor -o por muy poca cantidad- a algún librero que después lo ofrezca a sus clientes, y mis libros acaben desperdigados, pasando a pertenecer cada uno a distintas bibliotecas particulares. O quizá sean arrojados -qué pesadilla- a los contenedores de basura sin mayor miramiento ni pudor. O puede que sean abandonados en los bancos de un parque para que los ociosos, después de un rápido escrutinio, se hagan con los que prefieran. O quién sabe si serán apilados en una explanada, en las afueras de la ciudad, por un ser insensible y sin escrúpulos -o por varios-, en un atardecer de invierno para hacerlos desaparecer en una hoguera colosal que recuerde a aquellas innombrables quemas de libros que han sucedido en la historia, o a aquella que ocurre en El Quijote, aunque mis libros no sean todos de aventuras de míticos e implacables caballeros gloriosos.

Pero quizá no sea así. Tal vez se los quede -incluyendo algunos ejemplares de todos los que he escrito y escribiré- algún familiar de buen corazón y de mejores intenciones, que sabe que uno de los mayores homenajes que puede hacerme sea conservarlos y cuidarlos, porque en ellos están mi corazón y lo que fui. Porque somos lo que hemos vivido, pero también lo que hemos leído y lo que hemos puesto negro sobre blanco. Y quién sabe si después pasen a otro descendiente, y de este a otro, como la mejor herencia -el tesoro más preciado- que puede uno recibir de las personas que le antecedieron.

Y puede ocurrir -por qué no- que alguno de ellos, en una noche fría y desapacible de diciembre, o en una madrugada de verano de insomnio, se atreva a abrir alguno de estos ejemplares y encuentre una historia que le cambie la vida, y compruebe que la literatura es el abrazo cálido, comprensivo y tierno que siempre esperó, la hoguera que calienta pero que no quema. O hasta quizá -sigo elucubrando- si alguno pueda crear la chispa del incendio de la vocación que nunca se apaga, y quiera convertirse en escritor.

No sé qué pasará con ellos, con vosotros. Mientras tanto, os miro arrobado, me dejo querer. Permito que sigan calentando mi hogar y que continúen abrazándome.

Comentarios

  1. Cuidado, no sea que te conviertas en un fantasma que vela por la seguridad de sus libros y, lo peor, que Hollywood haga una película con la idea.

    Un abrazo.

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    1. Quién sabe si me convertiré en uno... Pero no me importaría, querido José Antonio: todo por estar cerca de ellos. Un enorme abrazo te mando.

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