José Jiménez Lozano: La Nobleza de un escritor que no perseguía el éxito

     


                   

          José Jiménez Lozano: 


La Nobleza de un escritor que no perseguía el éxito 
                                        

         Por Jorge Alonso Curiel


Corría el año 1993 y un servidor acababa de cumplir 17 años. Poco antes ya había decidido –o me había dado cuenta– que mi vida iba a ser la literatura, que mi camino era convertirme en escritor; y como no dejaba de leer todo aquello que caía en mis manos, incluyendo los periódicos, tuve la osadía una tarde de junio –lo recuerdo bien– de escribir una carta al escritor y periodista José Jiménez Lozano, que era el director de El Norte de Castilla por aquel tiempo, para decirle de manera apasionada y sincera que "estaba muerto de amor por la literatura", y que deseaba con vehemencia colaborar en aquel periódico que tanto admiraba publicando artículos literarios o de opinión. No conservo una copia de aquella carta, pero seguro que estaba llena de inocencia y cierta bisoñez, y sería conmovedor y me entraría bastante vergüenza volver a leer lo que le expresaba a José Jiménez Lozano. Desconozco si se la entregaron; o si finalmente la tuvo en sus manos, llegó a leerla; quién sabe. Obviamente, y como se puede suponer, no me contestó. Era normal. Recuerdo que aquello me enfadó. Con la arrogancia del adolescente pensé que al menos se tenía que haber tomado la molestia de responderme, o que alguien del periódico tenía que haberme enviado unas palabras. De todas maneras, acertaron en su silencio, pues yo no estaba preparado para escribir con la corrección y la altura que necesita un periódico.

Pero aquello no me hizo abominar a Jiménez Lozano. Al contrario, me hizo interesarme por aquel reputado escritor del que no había leído casi nada y que desde hacía un año le habían nombrado director de El Norte de Castilla, tras ser subdirector, y a pesar, como supe después, de que le costó aceptar el cargo por su ejemplar modestia. Solo había leído unos pocos artículos suyos, y me fui acercando a su obra literaria con la maravillosa sorpresa de encontrarme con un escritor que muy pronto me pareció imprescindible. Además descubrí a un escritor total –de los que siempre me han gustado–, que se manejaba con maestría y soltura en todos los géneros: no solo en los artículos periodísticos, sino también en novela, relato, poesía, ensayo y dietario. Un verdadero hombre de letras –un auténtico letraherido– al que se le notaba que había venido al mundo para escribir, para ser escritor. Me di cuenta también de que leyendo a este maestro, iba a aprender muchísimas cosas, y no me equivoqué.

Es cierto que fue reconocido en vida –a veces la justicia existe–, siendo ampliamente premiado con los galardones más importantes y significativos de nuestra lengua y literatura, como el Premio Castilla y León de las Letras en 1988, el Premio Nacional de las Letras en 1992, o hasta el Cervantes en 2002; también en periodismo el Luca de Tena en 1994 y el Premio Nacional Miguel Delibes en el año 2000, por ejemplo ; pero aun así, y a partir de ahora con su fallecimiento el pasado 9 de marzo y con el paso del tiempo, se agrandará mucho más la figura y la obra de este abulense nacido en Langa en 1930, que le convertirá en todo un autor clásico (si es que no lo era ya), de verdadera referencia en la historia de nuestra literatura y del periodismo. 

De adopción vallisoletana –vivió más de 50 años en su casa de campo del municipio de Alcazarén–, licenciado en Humanidades, Derecho y Periodismo, es autor además de un largo número de títulos en todos los géneros. Fue un escritor prolífico, un incansable trabajador; y lo que sorprende es que nunca bajó el nivel de su pluma –como puede suceder en otros autores–, publicando siempre obras repletas de rigor y de imaginación, ya que tenía muy presente la responsabilidad que tenía consigo mismo, con sus fieles lectores y con todos aquellos que le podrían leer por primera vez. 

Dueño de un estilo claro, sencillo, puro, sutil, que trata con mimo y precisión el lenguaje, y cuyos maestros son Cervantes o Azorín, su literatura rezuma inteligencia, preocupación por la memoria, verdadera belleza y emoción poética, y en la que no falta tampoco el humor, la ironía y la socarronería, porque no se olvidaba que las grandes obras literarias, y una existencia sabiamente vivida, no pueden olvidarse del poder del humor. Así, su literatura es cercana, entrañable, cálida, amena, fácil de leer, divertida; pero también profunda y espiritual, en la que se descubre muchas veces una curiosidad y una preocupación por diferentes aspectos de la actualidad, de la tradición y de la historia de nuestro país, y sobre todo de la vieja Castilla. Porque como Miguel Delibes, su gran amigo y maestro, estuvo muy apegado a su tierra y a su paisaje, siendo ambos dos 'escritores castellanos' (o como le denominó Víctor García de la Concha: "un escritor castellano viejo"), y eso se nota en la literatura de estos autores, que en muchos sentidos es un canto de amor a la tierra y a las gentes castellanas. 

Si es verdad que el estilo es el hombre, como decía Georges Lecler, en Lozano se cumple a rajatabla, y su literatura era un fiel reflejo de su personalidad y carácter. Quien le conoció de cerca no dudará en decir que era un hombre entrañable, humilde, comprensivo, bondadoso y sincero –como todas los grandes personas–; también muy culto y brillante, muy amigo de sus amigos; un gran conversador que sabía escuchar y que nunca se olvidaba de la sonrisa, y al que era imposible no querer porque provocaba muy pronto confianza. Todo un ser humano noble y excepcional, repleto de una modestia sorprendente que le hacía no perseguir el éxito de vender millones de ejemplares, sino el de tener tan solo la complicidad fiel de unos cuantos. Una humildad eremita que le hacía no hacer presentaciones de sus libros, ni pertenecer a ningún círculo ni acudir a ningún acto literario, y al que solo le gustaba estar en su refugio de Alcazarén.

Por eso animo a leer a todos la obra de este castellano universal, de este humanista cristiano, una obra que resulta indispensable en cualquiera de los géneros en los que escribió. Personalmente, escojo su poesía, sus versos a la altura de su admirado San Juan de la Cruz; y dada mi predilección por el relato corto ya como lector o como escritor, recomiendo dos libros que me parecen maravillosos y que sirven para conocer a esta personalidad literaria y a este hombre: Un dedo en los labios, editado en 1996; y El Ajuar de mamá, de 2006. Son la elegancia y la finura convertidas en cuentos; la emoción y la inteligencia hechas literatura. La pura y alta literatura de un escritor que, aunque fue feliz en su vocación de escritor casi oculto, ha dejado una huella imborrable, un fulgor que será eterno. 

             

     

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