El Pasado lunes, Durante el gran apagón
El Pasado lunes, Durante el gran apagón
El pasado lunes, durante el gran apagón que se vivió en España, aunque también en otros países como Portugal, Andorra y de manera parcial en Francia, Italia y Alemania, se pudieron ver cosas que se salieron de lo normal, de esta normalidad en la que vivimos y a la que parece que nos hemos acostumbrado o han hecho que nos acostumbremos. Y es que parece que tiene que ocurrir un desastre, una situación problemática o un hecho sin precedentes, para que a las personas nos vuelva a aflorar aquello que no debiera ser extraño o insólito y permanecer oculto el resto del tiempo, pero la realidad siempre es sorprendente.
El lunes, durante el apagón, vi a grupos de jóvenes en la calle y en bares hablando entre ellos, mirándose a los ojos, riéndose, abrazándose, incluso algunos tocando una guitarra mientras los demás cantaban una canción, sin tener el móvil cerca, lejos de las pantallas de los ordenadores, sin echar en falta la televisión y el último episodio de la serie de moda, ausentes por un tiempo de otras realidades.
El lunes, durante el apagón, también supe de padres en sus casas hablando con sus hijos, pequeños o adolescentes, contándose sus preocupaciones, sus buenas noticias, compartiendo juegos con las persianas bien levantadas, con la claridad de la tarde, agradeciendo los rayos del sol.
El lunes, durante el apagón, vi en los parques a cientos de personas paseando en la tarde de primavera, haciendo ejercicio en los aparatos de gimnasia, echando migas de pan a los pajarillos.
El pasado lunes, sí, durante el apagón, volvimos a las radios de pilas, a las linternas que funcionan con pilas, a los periódicos de papel, al dinero en metálico, a pasar las hojas de un libro. A todas aquellas cosas que nos humanizan y no fallan.
El lunes, durante el apagón, contemplé la conversación de vecinos que hacía años que no hablaban, que dejaron en el cajón del olvido las rencillas por unas horas; o de aquellos que en todo este tiempo no habían coincidido en el portal, en las escaleras, o de incluso quienes no se conocían, a pesar de que llevaban muchos años viviendo en el mismo edificio.
El lunes, durante el apagón, incluso fui testigo de la amabilidad y la conducta cívica de los ciudadanos, respetándose, sin conflictos, sin altercados, incluso conduciendo sus coches, a pesar de que se aconsejaba no hacerlo, en calles de semáforos apagados, sin agentes de la autoridad para ordenar sus trayectos, convirtiéndose, una vez más, en ejemplo para nuestros mandatarios y nuestra clase política tan alejada del pueblo, absortos en sus disputas vacías y desesperantes.
El lunes, durante el apagón, supe de alcaldes de pequeños pueblos de nuestra pobre y olvidada España vaciada –por suerte ajenos a la política de altos vuelos– que fueron casa por casa preocupándose por sus vecinos: “¿Necesitáis algo?”, “¿os encontráis bien?”, regalando optimismo y consuelo. Compañía.
El lunes, durante el apagón, me dijeron de grupos de personas que, en las grandes ciudades, visitaron a ancianos solitarios en sus pisos silenciosos para llevarles comida, agua, para que supieran que no estaban tan solos...
Así, pude saber el lunes, durante el apagón, que la humanidad y la preocupación por el otro se despertaron por unas horas. Que, por fortuna, permanece intacta, latente, a pesar de disfrazarse con el rostro frío de la lejanía el resto del año, y toma cuerpo en los momentos de fragilidad. Una vez más tenía razón Oscar Wilde al asegurar que la fantasía no se atreve a ser tan extraña como la realidad, pero nos hemos acostumbrado a que lo sea. Que solo en la ficción –en libros, películas–debería existir lo que nos aleja de ser verdaderamente humanos, alertándonos de aquello en lo que podríamos convertirnos y tomar buena nota de ello. Pero la realidad es sorprendente. Nunca deja de serlo.
Yo también percibí la humanidad que describes. No voy a ser tan iluso como para renegar de las tecnologías: bien administradas son una bendición. Sin embargo, algo nos estamos perdiendo con tanta tontería virtual.
ResponderEliminarUn abrazo.
Es verdad, José Antonio, algo nos perdemos, pero también la tecnología nos ayuda y nos facilita la vida; eso es cierto. ¡Un fuerte abrazo!
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