"El Balcón de mis Sueños". Relato erótico de unas vacaciones de verano.

  



      El Balcón de mis Sueños


                  Por Jorge Alonso Curiel


Ella no lo sabe. Mi mujer no lo sabe. Tampoco nunca lo sabrá porque estas cosas no se deben decir, te ocurra lo que te ocurra, dentro de un matrimonio. Se equivocan los que dicen que a tu mujer le tienes que confesar cualquier asunto, lo que has hecho o no has hecho, lo que piensas o no piensas, lo que deseas o lo que has dejado de desear. Cada miembro de la pareja debe tener su espacio privado, y por ninguna causa adentrarnos en él, o permitir que el otro se adentre en el nuestro con cualquier motivo: no hay que dejar que la transparencia total rija nuestras vidas para desvelar todos nuestros secretos cuando vivimos en pareja, ya sea por amor o por enamoramiento o por otro motivo. Esto lo sé, y nunca he cometido ese error.

Yo le digo siempre, cuando queda menos de veinte días para que entre julio, que estoy deseando tomar vacaciones, que llegue ese primero de mes solo para poder irnos a nuestro apartamento de la costa en Cullera, en primera línea de playa, a ese pisito tan mono y tan coqueto que compraron mis padres hace tantos años, con tanto esfuerzo y sacrificio y que tanto les agradezco, y que me dejaron en herencia: es lo mejor que pudieron hacer por mí, ya que viajar hasta ese pueblo desde la grisácea capital, a ese refugio, me da la vida.

Y le digo también que estoy deseando viajar hasta allí porque de esa manera vamos a gozar de nuestro amor durante todo un mes entero: a estar juntos y a disfrutar del mar, de los atardeceres mientras paseamos agarrados de la mano, de las cenas escuchando el oleaje y de poder hacer el amor todo lo que queramos y cuando queramos, porque además nuestro hijo se va de campamento y estamos libres, solos, como cuando éramos novios y lo pasábamos tan bien y no teníamos tantas responsabilidades. Es decir, que le aseguro que lo que más me gusta de las vacaciones es estar junto a ella y poder revivir nuestro amor, regarlo de vitaminas o abonarle con el alimento que necesita para hacerle crecer un poquito más. Son bonitas palabras, sí, son las frases que tengo que decirle, porque también me gusto cuando me escucho susurrándole todas estas cosas tan tiernas, aunque también tan sensiblonas, mientras a ella le brillan los ojos y se derrite en mis brazos instantes después, dibujando una enorme sonrisa.

Pero la realidad es otra. La verdad es otra.

Ya desde hace dos años, dos añitos, cuando se acerca julio, me alegro sobre todo porque pienso con mucha más intensidad en los momentos que también he recordado durante todo el año, y que me esperan allí cada amanecer. No dejo de pensar en la alegría que sentiré cuando suene el despertador cada mañana a la misma hora, momentos antes de que comience a despuntar el sol -el sol que tanto quiero y que tanto extraño durante el invierno en la ciudad-, y me levante más feliz que unas pascuas, de un salto, dejándole a ella en la cama, aunque ya despierta, y diciéndome eso de que está orgullosa de mí porque soy un hombre muy sensible, muy espiritual, al querer ver el espectáculo tan bello e indescriptible del amanecer cada día, sin perderme uno, ni uno solo, y con la intención tan hermosa de llenarme de toda la fuerza y la energía que transmite el sol cuando entra de nuevo en nuestro escenario, tras haber estado en la otra parte del mundo.

Ella estará orgullosa este verano, otro verano más, claro que sí, y seguiré escuchándole esas palabras amorosas mientras se da la vuelta en la cama con la intención de volverse a quedar dormida. Pero lo que no sabe es aquello que no le digo, y que no sabrá nunca, y que no debo decir. 

Porque de lo que realmente disfruto con mis prismáticos es del espectáculo inenarrable que me conceden cada mañana las primeras luces reflejadas en el cuerpo de nuestra vecina Rebeca, la hija de veinte años de la familia del piso de arriba -una familia muy amable que vive en el tercero-, y que, desnuda, como dios la trajo al mundo, se baña todas las mañanas llevando a cabo un rito maravilloso e inquebrantable; y cómo disfruto también de su salida del agua después de un buen rato en ese agua primigenia, como una diosa dorada que se va haciendo una coleta con su larga melena oscura, avanzando con toda la elegancia y toda la sensualidad que puede caber en un sueño...

Aunque lo mejor no es solo eso.

También lo es comprobar cómo mira directamente hacia mi balcón, con esa mirada que puede derretir un universo, y con esa sonrisa juguetona que desarma cualquier defensa.

Quién sabe si este año será el definitivo. El definitivo porque ella ya no esté allí este verano; o quizá el definitivo para que me atreva a bajar...


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