IMPOSIBILIDAD DE CAMUFLAJE: James Caan






                  James Caan


                              Por Jorge Alonso Curiel


 
A todos se nos abre el cielo cuando conocemos a personas cercanas, amables, educadas, empáticas, que actúan con naturalidad y sencillez, que escuchan con verdadera atención y miran directamente a los ojos. Es una suerte, un auténtico milagro en un mundo acelerado, que premia el egoísmo, la mala educación y la falta de respeto, encontrarse con alguien así, y por eso no hay que alejarse de ellas ni dejarlas de tratar porque son las que te alimentan el espíritu. Quizá haya muchas en este mundo, pero este y la vida hacen que se oculten -y con razón- para no seguir llenando su depósito de desconsuelo. Las que aguantan el chaparrón y siguen presentándose ante todos de esta manera, tienen su mérito; tienen el cielo ganado. Son ángeles de naturalidad. O verdaderos héroes.
  
Con referencia al oficio de actor, se podría decir que hay tres tipos de ellos. El primero son los que utilizan un duro método que saca de las más oscuras profundidades personales la materia con la que encarnar a un personaje que suele estar atormentado, y por lo que la artificiosidad y la grandilocuencia suelen ser sus señas de identidad, en un objetivo de ser el claro protagonista del film. El segundo tipo son los actores que interpretan desde la naturalidad, la sencillez y la humildad, que se meten al espectador en el bolsillo con humanidad, verdad y gracia, y su principal secreto es tener respeto por su personaje y no utilizarlo como una catarsis personal. Son actores que el espectador reconoce como parte de su familia, siempre reconocibles. Y el tercer tipo sería una mezcla de estos dos.

James Caan, el actor neoyorkino fallecido hace unos pocos días, el pasado 6 de julio, pertenece al segundo tipo. Esta manera de actuar es la que siempre he admirado, la que más me ha interesado. Creo también que es la más difícil, aunque parezca lo contrario, porque encarnar y trasmitir desde la naturalidad y la sencillez, es de almas muy avanzadas; de actores en pleno dominio de su cuerpo y de su interior; en definitiva, de su oficio.

James Caan era un grandísimo intérprete muy querido por el público. Un actor clásico, que empezó en el hollywood clásico, pero que se adaptó a todas las épocas. No acabó nunca de ser un protagónico actor-estrella, porque él tampoco lo quería, y se sentía cómodo tanto en papeles secundarios como principales. Caan era -y es- de los actores que parecen haber nacido dentro de la pantalla, porque era su hábitat natural. Es un actor lleno de fisicidad y profundidad del que sabes que va a dar todo lo mejor de sí: una cinta con él, no defraudará, aunque ya solo sea por su sola presencia. Se trata de un actor superdotado que no quería sobresalir, siempre a expensas de la historia y de la producción. Es un actor de los necesarios, de los que han empedrado el suelo del séptimo arte. El espectador nunca se olvidará de este actor de poderosa fisicidad, y de mirada clara, profunda y noble. Se me abre el cielo cada vez que comienzo a ver uno de sus films. 

   



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