Ideas de niño. Artículo sobre los deportistas españoles en los recientes Juegos Olímpicos de Japón.

Foto Heraldo de Aragón

IDEAS DE NIÑO


De pequeños todos tenemos ideas y pensamientos que después de mayores, al recordarlo -si es que nos acordamos-, nos hacen mucha gracia y nos provocan una adorable ternura. Por ejemplo, de pequeña mi hermana creía que las películas que echaban en la tele no estaban grabadas, y que los actores interpretaban en el mismo momento de su emisión. O como uno de mis primos, que pensaba que cada día el sol desaparecía en el horizonte porque el presidente del gobierno así se lo ordenaba para que todos pudiéramos dormir...
Por mi parte, tenía varias de estas ideas, pero había una que no sé cómo se originó, pero que me sorprendía y me inquietaba al mismo tiempo. Yo pensaba que los trabajadores que veía a diario en la ciudad (los dependientes de las tiendas, los de la gasolinera, los agentes de policía, las enfermeras, los médicos, camareros, barrenderos, etc.) no tenían ninguna vida personal al acabar su horario laboral, y eran trasladados a almacenes en los que descansaban por la noche como si fueran unas máquinas o quizá unos robots con aspecto muy humano, y después por la mañana les llevaban de nuevo en enormes camiones a sus puestos de trabajo...
No sé cómo se originó esa idea, ya digo; una idea de un niño quizá con demasiada imaginación, pero es cierto que por ello las personas que trabajaban me provocaban miedo, o bastante inquietud: los veía como seres únicamente creados para el trabajo, y debajo de su piel tan conseguida y de sus ojos tan perfectos, solo había un robot tan frío como el hielo.
Esto lo he recordado estos pasados días al ver los Juegos Olímpicos que se han celebrado en Japón, y más en concreto cuando veía la participación de los atletas españoles. Nuestros atletas lo han dado todo, y han conseguido 17 medallas; todas muy merecidas. Es elogiable su labor durante años en silencio y sin apenas apoyos para conseguir el éxito. Pero mientras miraba cada día cada prueba, pensaba en aquella creencia que tenía en la niñez: todos estos deportistas de gran talento, que no tienen que envidiar a nadie, una vez que las cortinas del escenario de los Juegos Olímpicos se volvieran a cerrar, ellos, los deportistas de los deportes que no tienen apenas repercusión en la prensa como el waterpolo, hockey sobre hierba, judo, escalada y muchos otros más, volverán a ser recogidos en los camiones y regresarán a sus aposentos, en naves perdidas en medio de los bosques, donde entrenarán y descansarán y competirán entre ellos en la clandestinidad, la falta de medios y el mayor de los olvidos, mientras el fútbol y el baloncesto se llevan todas la atenciones, hasta que dentro de cuatro años -en este caso tres, París 2024-, regresarán a los focos del escenario y se les pedirán medallas, y nos quejaremos una vez más de que nuestro país no sea una potencia mundial en el deporte porque nunca llegamos ni a los veinte metales.
"¿Por qué algo mejor que nada?", decía Cioran. Y parece que esta es la filosofía para cuidar a la mayoría de los terrenos de nuestro deporte, a todos esos deportes que nunca se llevan las portadas de los periódicos, ni a sus deportistas ejemplares que nadan contra corriente, repletos de talento y condiciones que se dejan la piel en su tarea y en su vocación. Dentro de tres años volveremos a verlos por la pantalla y comprobaremos cómo defienden su trabajo de muchos años y compiten en nombre propio y de su país.
Porque estos deportistas son de carne y hueso, no son máquinas insensibles ni robots, por los que corre la sangre teñida en la superación, el dolor y la alegría de contados momentos. Porque estos deportistas son reales, y no las ideas imaginativas de un niño que soñaba con convertirse en adulto.

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