IMPOSIBILIDAD DE CAMUFLAJE. Soñando, soñando
Me han resultado siempre muy divertidas y curiosas todas las contradicciones que cometen los adultos con los niños. Todas esas veces que les prohíben hacer algún acto, o que les enseñan orgullosos a comportarse en cualquier circunstancia, y después, con su ejemplo, hacen lo contrario sin ningún recato ni ningún atisbo de disimulo.
Como cuando, por ejemplo, les ordenan no decir palabrotas, porque es de muy mala educación, y luego de sus bocas se escuchan, en cualquier instante, incontables de ellas. O cuando les prohíben mentir, ya que eso no lo hacen los niños buenos, mientras ellos no dejan de hacerlo en cuanto tienen oportunidad por la razón que convenga. O cuando les aseguran que beber alcohol y fumar es totalmente perjudicial, y que jamás deben practicarlo por ningún motivo, y más tarde ellos mismos no son ejemplo en estas lides: hasta consumen cerca de los pequeños.
Pero la contradicción más interesante de todas, la que más me hace reflexionar, es la que tiene relación con los sueños, con el mundo de los sueños. Cuando un niño se despierta sobresaltado por una pesadilla o un sueño inquietante, los padres corren veloces a consolar y a abrazarlo, y le dicen completamente convencidos que no haga caso a lo soñado, no se preocupe, porque los sueños no tienen importancia, se esfuman con el viento y con la luz del día, ya que son solo sueños, y los sueños, sueño son...
Es curioso cómo ante ellos les restan importancia, y cómo luego poseen tanta repercusión, en realidad, para los adultos. Todos conocemos a personas que, en pequeña o gran medida –y hasta los hay que son auténticos rehenes de ellos–, hacen caso de lo soñado y toman decisiones actuando conforme a ellos.
Tenemos casos de aceptar un trabajo o renunciar a él, o incluso abandonarlo, por aquello que se ha vivido durante el sueño. Lo mismo se puede decir de alejarse de una persona –ya sea una pareja, un amigo o un familiar– porque el sueño lo ha recomendado, o porque se llega a esa conclusión al despertar, quizá confundida o tal vez no. También existen sueños que muestran el número que se tiene que jugar en la lotería, a pesar de que después no es el que aparece, por desgracia, al terminar el frenético y azaroso giro de los bombos. Aunque no hay que dejar de lado, y es digno de estudio, el fenómeno real –cuando verdaderamente ha sido así– de los llamados sueños premonitorios que no dejan de ser un reto para la Ciencia. Con todo esto, parece que hubiera que dar la razón a aquello que decía el historiador George Duby, que afirmaba que la huella de un sueño no es menos real que la de una pisada.
Y es que incluso lo podemos comprobar en el mundo del arte. Muchos son los artistas que se han dejado y se dejan "inspirar" por las manifestaciones oníricas. Muchas ideas para novelas, muchos finales de relatos y hasta personajes les han sido revelados a los escritores en esas horas de regeneración. Borges apuntaba cada mañana los sueños que había tenido durante la noche para crear a partir de ellos. Pintores de todas las épocas también han visto plasmados sus cuadros, antes que en su lienzo, en este misterio de cada noche, en este arte poético involuntario, que diría Kant. Y hasta encontramos un movimiento artístico que fue importante a principios del siglo XX como el surrealismo, que reflexionó de manera poética sobre estos terrenos tan especiales y sorprendentes tras la clave influencia del doctor Freud, que tanto enseñó acerca de la interpretación de los sueños y de otros asuntos como los niveles de la conciencia.
Me parece inquietante. Muy revelador de nuestra debilidad, de nuestra frágil naturaleza, de lo necesitados que estamos de seguridad y de guías. De conceder un sentido a lo que nos ha ocurrido, a lo que sentimos, a lo que nos rodea y, también, la necesidad de aprender a acertar con nuestros actos y decisiones. De alcanzar algo sólido, como un refugio, a lo que agarrarnos. Y no me atrevo a asegurar que los sueños no tengan su utilidad o su valor; seguro que, en algunas ocasiones, nos sirven, sobre todo en los terrenos de la creación artística; pero no creo, de todos modos, que haya que darles más importancia de la que guardan –muchas veces ninguna–, y por ello, a los adultos nos deberían recordar, de vez en cuando, que no hay que concederles tanta transcendencia, porque los sueños, sueños son, y se esfuman en un instante, como si nunca hubieran ocurrido.
La vida se decide y se juega en el ruedo de la realidad; no hay otro espacio. Para ello, hay que estar despierto y practicar el arte de la reflexión de la manera más clara y certera que se pueda, con valentía y fortaleza, y no olvidar tampoco la intuición, ya descubierta científicamente como otra forma de conocimiento. Para conseguir nuestros sueños, nuestro equilibrio y nuestra serenidad, hay que permanecer despierto y tomar las decisiones pertinentes. Lo explica Antonio Machado: "Tras el vivir y el soñar, está lo que más importa: el despertar".
Tan tonto es darles demasiada importancia como ninguna; los sueños son nuestra manera de sobrevivir a la realidad.
ResponderEliminarUn abrazo y feliz año.
Muy feliz año, querido compañero. Seguiremos soñando.
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