"Dejad paso al mañana", de Leo McCarey

 

Fondo de Armario. Rescate de Películas maravillosas 


 



Dejad paso al mañana, de Leo McCarey 



Por Jorge Alonso Curiel 

 

Siempre es necesario rescatar del fondo del armario cinematográfico, aunque también de cada armario de cada arte, obras repletas de valor, grandes películas algo olvidadas, o completamente olvidadas, que han contribuido a que el cine sea una de las grandes expresiones artísticas, y mostrarlas a los espectadores para que las descubran o las revisiten disfrutando de su calidad, de su capacidad de emocionarnos y de hacernos pensar en nosotros mismos y en lo que nos rodea. Cintas que merecen estar al lado de otras más reconocidas y premiadas, que son un referente y que aparecen en todas las conversaciones cinéfilas. 

Dejad paso al mañana (Make way for Tomorrow), producida por la Paramount y dirigida en 1937 por el norteamericano Leo McCarey (1896-1969), es una de ellas, y aunque no se suele citar entre las más destacadas de la historia del cine, merece que se la incluya por su modernidad, emoción y humanismo al tratar uno de los temas más delicados como es el de la vejez. 




En su estreno no tuvo ningún éxito de público y también pasó desapercibida para los críticos. Por ello, fue un desastre económico por el que despidieron a McCarey de la Paramount. Y es que ya desde la gestación del proyecto las cosas no resultaron sencillas: el estudio no creía en ella y el director tuvo que reducir su salario para poder rodarla. Además, McCarey luchó para que no cambiaran su final, conservando el original con un mayor dramatismo, mientras que el estudio apostaba, como se estilaba en el Hollywood clásico, por uno más feliz. 

Pero no solo esta cinta de 91 minutos, rodada en un maravilloso blanco y negro, tuvo el éxito que merecía, tampoco a su director se le suele encontrar, de manera injusta, en las listas de los mejores cineastas de todos los tiempos. No tuvo la gran atención de la Crítica, y solo en estos últimos años se le está rescatando como uno de los mayores cineastas de la emoción.  




Porque no es únicamente el gran director de comedias, faceta por la que más se le conoce, en las que dirigió a los Hermanos Marx (Sopa de Ganso, en 1933); a Laurel & Hardy, El Gordo y el Flaco, en muchos de sus cortometrajes y mediometrajes; a la escandalosa Mae West en No es pecado (1934); al sorprendente Harold Lloyd en La Vía Láctea (1936), o el cineasta que lanzó al estrellato a Cary Grant por su papel en La Pícara puritana, acompañado de Irene Dunne (tras rodar en el mismo año 1937 Dejad paso al mañana), también es el creador de relatos imperecederos llenos de fina sensibilidad, que le han convertido en uno de los grandes cineastas de la emoción, y en los que incluso se halla su humor tan característico. Como claro ejemplo se encuentran las dos versiones de Tú y yo (la primera con Charles Boyer e Irene Dunne, en 1939; la segunda, en 1957, con Cary Grant y Deborah Kerr), Siguiendo mi camino (1944), con un inolvidable Bing Crosby encarnando a un sacerdote joven y amable, su secuela Las Campanas de Santa María (1945), o El Buen Sam (1948), interpretada por Gary Cooper, en unos de sus papeles menos nombrados, pero más adorables de su carrera. 

Con Dejad paso al mañana logra su cima en este aspecto. Un melodrama, o comedia dramática, que es una de sus obras maestras de su larga filmografía llena de lucidez, encanto, realismo y sinceridad, un clásico totalmente actual, y en la que tampoco se olvida de su humor ya citado para tratar el paso del tiempo y el drama de la vejez: el papel de los ancianos en una sociedad egoísta que les arrincona.  

Basada en la novela de Josephine Lawrence, con guion escrito por Vina Delmar, narra la historia de una pareja de ancianos que, tras ser embargada su casa donde han vivido siempre y donde criaron a sus cinco hijos, tienen que ir a vivir con ellos. Ninguno puede acoger a los dos, y como arreglo temporal la madre se mudará con su hijo George, y el padre al hogar de su hija Cora. Pero el tiempo pasa, no se encuentra un arreglo para que puedan volver a estar juntos, y los dos languidecen en la distancia, creando, además, incomodidad y molestias a sus familiares que desean que se marchen de allí. 




Con actores poco conocidos (Victor Moore, Fay Bainter, Beulah Bond, Thomas Mitchell, Porter Hall, Helen Leary o Barbara Read), pero que logran trabajos sobresalientes, insuperables, McCarey filma, en estado de gracia, una historia cercana, realista, tan sencilla como sincera, que sobrecoge el alma del espectador y critica, al mismo tiempo, la situación en la que se encuentran las personas que recorren el último tramo del camino. Una cinta deliciosamente perturbadora, tierna, melancólica, con momentos antológicos como la visita de la pareja de ancianos al lugar donde celebraron su matrimonio. No es de extrañar que este milagro cinematográfico que se dirige directamente al corazón, y que parece rodado esta misma mañana, influyera al cineasta japonés Ozu para hacer Cuentos de Tokio, que no deja de ser un claro homenaje a esta película y a McCarey. Y es que el norteamericano no tuvo el reconocimiento total de la Crítica, pero lo tuvo siempre de sus compañeros de profesión como Capra, Delmer Daves o John Ford, quienes le convirtieron en uno de sus referentes indiscutibles. 


Leo McCarey


Las obras maestras residen en la eternidad, por eso tienen vigencia en cada época en su empeño de hablarnos directamente de nuestra condición. Y aunque parezcan olvidadas, aunque no estén tan reconocidas, y aunque se encuentren en el fondo del armario, siempre el brillo de su resplandor nunca nos dejará indiferentes.  

No se pierdan Dejad paso al mañana. Les convertirá en mejores seres humanos, y comprobarán la razón por la que el cine es uno de los regalos que se tienen la suerte de disfrutar.  





 

 

 

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